En el museo Evita se está presentando Eva, un recorrido. Una visita bailada, guiada, convocada por la bellísima puesta coreográfica de Andrea Castelli y por el trabajo maestro de sus bailarines. En un universo cargado de significados previos, este recorrido, reinventa el lugar transformándolo y sin transformarlo, a la vez, en otra cosa.
-Hagamos un breve recorrido por tu historia artística ¿Cuándo empezaste, cómo te formaste, cómo llegás al tango?
-Yo tengo una formación inicial de bailarina de danza clásica, pero empecé temprano con el tango. Tenía 19 años y en aquel momento no estaba en absoluto de moda. Funcionábamos como una cofradía, en secreto. Yo vivía en La Plata y el maestro Ricardo Sabati nos traía a bailar a la Capital. Al principio no nos dejaba bailar. Solamente podíamos mirar bailar a los otros. Empecé por Piazzola y por Cacho Tirao y, mirá lo que es la vida, 23 años después trabajé con Cacho Tirao y me escribió un tango para que lo bailara.
Después me seguí con el tango y lo enseñé. Viajé a Europa y durante 15 años hice shows allí, hasta el momento en que sentí que quería estar fuera de la escena. La verdad es que siempre tendí a meterme en las coreografías, el vestuario?, me interesaba el afuera. Hasta que finalmente quise estar totalmente afuera del escenario.
-Contame cuáles fueron tus primeros espectáculos.
-Empecé en 2002, en La Plata, con Al Bataclán, una obra que armé, escribí y dirigí como si fuera un documental. Eran cinco mujeres que convivían en un burdel y la madama les hacía tocar instrumentos, cosa que no sabían hacer. Tenían instrumentos de goma espuma. Entrabas en un burdel y tenías el escenario, las escaleras. La obra tenía números, como si fuera una varieté. Había humor, pero el baile era absolutamente en serio. El documental tuvo como punto de partida el trabajo de un historiador, Andrés Carretero, sobre la prostitución. En 2004 puse esta obra acá en 420, un lugar de San Telmo que ya no existe.
Luego seguí por Tangos capitales, un espectáculo en el que cruzaba el tango con los pecados capitales, con textos de Dante y con lo que el psicoanálisis reflexiona sobre estas cuestiones. Era una obra oscura, densa, pero a mi entender muy bella.
Si vos me preguntás cuál es mi talento, te diría que soy una seleccionadora intachable de música. Como si fuera capaz de establecer vínculos que se develan. Me conmuevo cuando no puedo distinguir la música de la danza, sino que estoy ante una sola, y no sabés qué fue escrito para qué.
-Nos aproximamos a tiempos más cercanos, a tus dos fantásticas propuestas de Fabulandia. ¿Cómo se iniciaron?
-Fabulandia nació como un proyecto del Taller de Puesta en Escena que dicta Rubén Szuchmacher. En su primera versión fue una intervención en Querida Elena. Había visto una obra en ese espacio e inmediatamente decidí que quería hacer algo ahí, tomando el lugar como protagonista. Hay que pensar que en la danza lo pregnante es la forma?
-Entonces podés reconstruir la experiencia a partir de la reflexión sobre el espacio.
-Sin duda. Es una modalidad de intervención coreográfica de los espacios. Desde hace un tiempo ya no busco teatros sino lugares que tengan una fuerte impronta histórica o alguna particularidad específica que me parezca atractiva. Con mi trabajo propongo integrar, a través de la intervención del espacio, dos artes que se oponen en sus materialidades: la danza, efímera y volátil y la arquitectura, con su impronta de solidez y relativa eternidad. Esto conlleva la indagación de las posibilidades que el espacio proporciona en su particularidad a la creación coreográfica. Este cruce, te digo, plantea varios desafíos: los espacios muy reducidos demandan una economía en los desplazamientos e implican compartir el espacio escénico propiamente dicho con el espectador, modifican la situación del espectador pasivo, proponiéndole tomar parte activa en el recorrido visual y corporal, agrega el cuerpo del espectador como otro volumen al espacio escénico, plantea una relación directa entre los bailarines-performers por la cercanía con los objetos, entre otras cuestiones.
-Ahora que lo decís, pienso en el lugar central de tus “guías”, que determinan hasta dónde pueden llegar los espectadores, en que sitio se pueden o no colocar.
¿Fabulandiafue tu primer trabajo de estas características?
-Sí, y quería aclarar que el nombre se lo pedí prestado a una colección de libros de la editorial Codex, que conocí en la casa de mi abuela. Eran libros de cuentos clásicos infantiles con maravillosas ilustraciones que construyeron gran parte de mi imaginario infantil.
Volvamos, al principio del relato: Fabulandiafue presentada en el espacio Querida Elena, una casona emplazada en el barrio de La Boca de principios del siglo pasado. Imaginé un mundo de seres danzantes que habitaran esa casa, medio vieja medio nueva, un poco habitada y otro poco reino de sombras, como el sótano, al que los bailarines inundaron de luz y baile?, esa alegría del baile que iluminó el recorrido.
Luego, el espacio elegido fue la Botica del Ángel creado por Eduardo Bergara Leumann. En este caso especifico, además sentí la responsabilidad de realizar, de alguna manera, la puesta en valor de la importantísima obra llevada a cabo por Eduardo Bergara Leumann allí. Él es un ícono estético del tango. Me enteré de que estaba sostenida por la Universidad del Salvador. Está impecable.
Bueno: la cuestión es que me fui con mi carpetita, fotos, todo armado. Les envié una invitación para ver Fabulandia. Fueron y les gustó.
Tengo que decir que me dieron absoluta libertad. Nos trataron como artistas. Todos eran parte de Fabulandia. La verdad es que abrieron la puerta de un espacio que tiene tantas cosas valiosas y frágiles. Y sucedió algo impresionante: nada se rompió. Algo de ese amor que tengo por los objetos debió transmitirse a los bailarines. Una sintonía, una sinergia que se produce entre el espacio y los bailarines. Por otra parte, no hay que olvidar que una coreografía funciona en algunos lugares y en otros no. Cada espacio murmura, pide algo en particular.
-¿Desde dónde empezás tu trabajo?
-En general empiezo el trabajo a partir de la música. Creo una partitura con lo que la música me da: tiempos, ritmos, texturas, la poesía de las letras?
Encontrar una música, al comienzo, es la tarea más ardua y más placentera también, y no tratar de ajustarla a los patrones coreográficos “literalmente” hablando. Me baso en las danzas populares, investigo en sus movimientos. Trabajo mucho con el aporte de los bailarines, qué dicen esos cuerpos, qué me proponen, sobre este diálogo permanente es que urdimos la trama. Al provenir todos de diferentes formaciones, el intercambio siempre es muy rico y muy interesante. Hay que acordar cierto lenguaje común, menos narrativo en el caso de los bailarines de tango, entender que lo pregnante, como te decía antes, en la danza, es la forma. Que no tenemos que contar ningún cuentito extra, que debemos confiar en la potencia del movimiento, de los gestos, de las miradas, sin estereotipos.
Trabajo mucho en lo previo, armo los bocetos en mi estudio, trabajo en escala con las mismas dimensiones del espacio real y luego, con esos diseños, investigamos qué pasa en ese espacio. La cosa cambia bastante, en general. Con los planos en mano armo el boceto-guión y comenzamos a pensarlo y crearlo coreográficamente. En este punto la intervención de los bailarines es fundamental. Es a partir de esos cuerpos y su funcionamiento en relación al espacio, a los otros cuerpos, a la música que empieza a gestarse la obra.
El desafío es desentrañarle su espacio estético y su inmersión concreta en un tiempo histórico a cada lugar elegido interrelacionándolo con la danza, para generar una forma dramática, un lenguaje poético. El espacio es desplegado conceptualmente y está cargado del sentido global de la obra, no de lo particular de la escenografía que resulta ser la propia arquitectura.
En la Botica del Ángel la complejidad de la tarea fue competir visualmente con la profusión de obras y objetos de arte que allí existen. La decisión fue, entonces, apostar al movimiento, potenciar, llevando a un clímax expresivo cada gesto de cada bailarín, sin caer en el desborde formal de lo coreográfico en términos de composición, entretejer la danza con las columnas, fundir las escaleras con los bailarines que las bailaban, hacer de las volutas de un decorado la continuación de una secuencia de baile. Y por allí transitó la tarea.
-Y llegamos a tu propuesta actual, Eva un recorrido.
-Nació de manera parecida a lo que te contaba antes. Cuando estoy realizando un trabajo ya pienso en el siguiente, porque soy geminiana, empecinada por cabra en el horóscopo chino.
Volví a pensarlo de la misma manera. En algún punto yo soy una “extranjera” en esta ciudad, aunque haga mucho tiempo que vivo acá. Pero cuando no es el lugar de tu infancia, en algún sentido ves con ojos distanciados, encontrás de manera permanente las novedades. Fijate que aún los lugares de La Plata que no conozco son mi patrimonio. Acá en cambio, miro con respeto y distancia.
-Observo que no estás muy dispuesta a contar. ¿Ya pensaste en tu trabajo siguiente, ahora que estrenaste éste?
-En este momento preparo la intervención coreográfica al Museo Casa Carlos Gardel, otro mito de la Argentina, que estrenaremos en diciembre de este año.
Tal vez las palabras estén de más, ahora que la propuesta está vigente. En una de esas, cuando sea recuerdo se la pueda reconstruir. Por ahora la mejor idea es darse una vuelta por el museo Evita, sin prejuicios, para deslumbrarse con un recorrido único e indescriptible.