TEATRO DE LOS ANDES (BOLIVIA)
dedicado a Giampaolo Nalli
Con tal de poder entrar a una fiesta para ver a su amada, el gordo Méndez se finge contrabajista de un grupo de jazz.
Méndez no sabe tocar el contrabajo pero su cavernosa voz imita a la perfección el sonido de las cuerdas.
Para entrar en la fiesta debe lograr sustituir al contrabajista oficial del grupo invitado y ocultar a todos los invitados su incapacidad para tocar el instrumento.
Detrás de este argumento se esconden tres amores. El amor no correspondido por una mujer por la cual se atravesarían todos los infiernos; el amor por el jazz, cuya música ayuda al gordo Méndez a soportar su inmensa soledad y el amor por la comida en la cual el gordo encuentra breves y sabrosos refugios y consuelos.
El gordo Méndez descrito en el texto no existe en la realidad. Es fruto de una conjunción de dos amigos gordos que nunca he vuelto a ver, que se sentaban a mis lados en un banco del Colegio Nacional Sarmiento de Buenos Aires y me volvían el jamón del sándwich aplastándome entre ambos; y de una amistad demasiado antigua y profunda que me une a Gianpaolo Nalli, cómplice, cofundador y administrador del Teatro de los Andes.
El amor por el jazz es suyo. El ha sido el consejero musical para realizar esta obra.
Este texto no nació como obra de teatro sino como un cuento escrito hace muchos años y luego olvidado.
Ha vuelto a la luz y a las tablas gracias a la pasión, insistencia y paciencia de Daniel Aguirre, quien lo escuchó una vez en una lectura alrededor del fuego en Yotala, sintió que la ciudad de su infancia y adolescencia cobraba vida a través de esas palabras, y muchos años después decidió volverlo teatro encarnando al gordo en la escena.
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