La ceremonia es el primer elemento de su teatro, pero una
ceremonia representada, ensayada, que se desarrolla sobre la escena,
es al mismo tiempo, una contra/ceremonia, una imitación del ritual.
Jan Kott ( haciendo referencia al teatro de Gombrowicz).
La versión de la obra Yvonne, princesa de Borgoña que se está realizando en el Centro Cultural Ricardo Rojas y que ya pasó por el Centro Cultural Recoleta y por el Sportivo Teatral realizada por el grupo
El Extrapolar Colectivo Teatral, parecería, en escencia, tener orígen en la frase citada...
Si bien la obra concretamente plantea situaciones de características ceremoniales, la vida cotidiana también se presenta como ceremonia, y los hombres, portadores de ese hacer, y de ese hacerse dentro de ese ritual, son también actores de una ceremonia desdoblada, la del personaje y la del actor. Por un lado esto conlleva su mística y su pertenencia, y por otro lado, cuando la ceremonia es vacía, cuando la mística es impuesta, es decir, la forma, lo que acontece por dentro de eso es carencia, gesto vacío y replegado sobre sí mismo.
En este conjunto de niveles ceremoniales, la representación se inscribe como un nivel más, y dentro de éste, la actuación deviene en ceremonia de ceremonia. La actuación se presenta como centro de gravedad de la escena, y dentro de esta situación las fuerzas se trazan como funciones jerárquicas siempre presentes en cualquier ritual...Esto es tan importante, que hasta al espectador se le devuelve su rol tan olvidado, el de ser participe activo de ese ritual que es ir al teatro y ser movilizado por algo o por alguien.
Las actuaciónes no sólo que encierran en sí la creatividad, sino que en sus ubicaciones, quiebran las distancias con respecto a los que miran. El actor, al presentarse tan cercano parece no ocultar nada, sin embargo lo que oculta, lo lleva sumergido en su actuación, y no en su lejanía. Los actores presentan los rostros de un mundo que empieza a hundirse en sus propias formas...
Ser alguien es estar definido por la forma, estar lleno por la forma, es decir, es estar deformado, por lo tanto, ser alguien, ser distínto, y al ser degradado se deja de ser uno mismo y se pasa de ser deformado a ser artificial, dice Kott.
Pues bien, este proceso de forma y des/forma se hace patente en la obra a través del personaje de Yvonne, princesa. Ella es el rasgo o la huella oscura que se hace contenido en cada una de las formas de los demás rostros. Si bien la historia nos muestra más a primera vista las similitudes de la princesa con la reina, cada uno de los personajes es víctima de las maniobras que sólo siendo y estando, genera Yvonne, princesa. Cada uno de ellos evoluciona en forma de espejo que ya no sólo reproduce ceremonias sino que también reproduce el rostro, es decir, la forma, de ese elemento que viene a desestabilizar y que genera así, una fuerza dominó en donde ya no se puede volver ceremonias atrás y sólo queda la verdad más sucia, la forma sola, la reverencia que sólo es firulete... menos para la princesa, que desde su deformidad, es decir, desde su particularidad, que es sucia y desencajada, nunca accede.
Sin dejar de ser actual, la puesta se resguarda bajo un tiempo misterioso. Este tratamiento temporal que nos evoca un pasado lejano que a la vez nos acerca a un presente histórico y cultural, nos hace caer en la trampa que la misma noción de tiempo encierra, el transcurso, la duración,y frente a esto la repetición de algo que retorna con el nombre de otra ceremonia, pero que no abandona la escencia del ser siempre relacionada con el poder, el interés, la tradición y la hipocresía.
Esta contraceremonia a la que asistimos en la obra de la que estamos hablando nos remite a la historia que se está contando pero también de los que la cuentan. Yvonne es la cristalización de un mecanismo que empieza a funcionar para dar un mensaje, para hablar de algo, cosa no tan común en el teatro actual. Yvonne quizo ser forma, a partir de su deformidad, y terminó siendo contenido del resto de los personajes.