Jueves, 08 de Enero de 2015
Viernes, 25 de Junio de 2010

Sein und Zeit

Por María Natacha Koss | Espectáculo Tempo

Si usted quiere saber qué es el tiempo, no le pregunte a San Agustín ni a Martin Heidegger. No pierda el tiempo, vaya a consultar directamente a payasos profesionales. 

El Ser y el Tiempo (más arriba lo puse en alemán para que aprecien lo versada que soy en el tema) no es solamente el título de un famoso, hermético y voluminoso libro. Es, también, un problema que ha desvelado a la filosofía desde tiempos remotos. Unos vienen y dicen que el tiempo lo instala el hombre porque Dios existe en la eternidad, otros afirman que hay un tiempo objetivo y otro subjetivo. Algunos sostienen la existencia de un tiempo flexible y entonces llegan James Matthew Barrie o a Salvador Dalí y nos dicen que el tiempo es un cocodrilo que se tragó un reloj (¿recuerdan a Peter Pan?) o, simplemente, un queso derretido (si no me creen vean La persistencia de la memoria). El tema es que el tiempo no tiene entidad física. Hasta donde yo sé, nadie ha podido, hasta ahora, ni verlo ni tocarlo... lo que no impide que nos la pasemos hablando de él.

Pero allí donde la filosofía encuentra un problema originario, donde la literatura y la pintura intentan instalar la cuestión a partir de la metáfora, el teatro y los clowns nos permiten ver, sentir, percibir, pasar, disfrutar y perder el tiempo. Estamos hablando, ni más ni menos, que de Hernán CarbónJulieta CarreraGabi GoldbergMarcelo KatzVirginia KaufmannMartín López CarzolioRuth PezetJavier Pomposiello y Sebastián Furman. Este dream team es el factotum de Tempo, una obra en tiempo de clown.

Distanciado del payaso del circo, el clown usa la máscara teatral más pequeña del mundo: la nariz roja. Por eso, para ingresar en este tiempo tan particular, el espectáculo debe poner en funcionamiento una estrambótica máquina constructivista que, cual rampa enrulada de "escalectric", activa los mecanismos de una pelotita roja, a la vez que un gigantesco péndulo (que casualmente también es rojo) comienza a moverse. Ahora sí: ya estamos temporizando el asunto.

Dice el maestro Jacques Lecocq en su libro El cuerpo poético, que "el clown es el que acepta el fracaso, el que malogra su número y, con ello, coloca al espectador en un estado de superioridad". Y efectivamente así empieza la obra, con un simpático número de baile... y con un integrante de la compañía llegando tarde al teatro.

Éxito y fracaso perfectamente aceitados en cada uno de ellos, perfectamente intercalados en cada uno de los episodios que se cuentan, tratando de explicar lo que el tiempo es. Relojes, almanaques, metrónomos, tejidos, embarazos... Nunca me había dado cuenta de que había tantas formas de medir el tiempo. El recuerdo, la nostalgia, la alegría, el disparate, el amor... Nunca me había dado cuenta de que había tantos tipos de tiempos diferentes. Verde, violeta, anaranjado... Nunca me había dado cuenta de cuántos colores tenía el tiempo.

Pero ojo porque parece que esta obra tratara el tiempo, pero en realidad habla del tempo. Parecido no es lo mismo. Uno disfruta del tiempo, pierde el tiempo, no llega a tiempo. El "tempo" es todavía más intangible: es lo que rige la música, el ritmo, la danza. Es ese mágico ingrediente teatral que hace que un obra -como siempre dice un maestro mío- leve, como leva el soufflé, metáfora gastronómica que permite entender por qué el bizcochuelo de mi abuela es siempre mejor que el mío: el tempo de su muñeca al mezclar las claras a nieve con la masa es inimitable. Así, el tempo de una obra es lo que determina que, por más que todos sus ingredientes sean excelentes, el producto final sea pasable, rico o delicioso. El tempo es el todo, y el todo es mucho más que la suma de las partes.

La maravilla de Tempo es que, más allá del brillante desempeño de todos sus ingredientes, el tempo de preparado y cocción es casi tan perfecto como el bizcochuelo de mi abuela.

Publicado en: Críticas

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