Cuando el mundo parece haberse puesto en camino para la extinción, cuatro únicos personajes ocupan la escena y dialogan entre si: Frederick Salomón, fotógrafo premiado con un premio internacional por una imagen de una niña en el aire con la piel en llamas, vuelve al país donde veinte años antes había tomado la conocida fotografía. Vuelve allí para recoger un premio, ya que muchos lo consideran clave en los recientes esfuerzos para conseguir la paz en el problemático país; Hannah, una reportera del único diario abierto de un país en descomposición, no está de acuerdo. Mientras la mujer entrevista a Salomon en una habitación de hotel, ambos debaten y cuestionan el papel de Naciones Unidas en su relación con los países del Tercer Mundo el merchandising de las imágenes violentas y, por encima de todo, qué ocurrió exactamente el día fatídico en el que se tomó la foto. Simultáneamente, en el mismo espacio teatral tiene lugar la historia de otra pareja. Pero ésta no es consciente de la presencia de la otra. El doctor Brown, un miembro fiel del partido, hace una visita de rutina a una mujer local, Ida, cuya hija está en coma en un hospital de la ciudad. Ida ofrece sus favores sexuales a cambio del tratamiento médico que puede salvar la vida de su hija o incluso, trasladarla a vivir a Occidente. Las dos escenas contrapuestas de engaño y desesperación van tejiendo poco a poco un argumento que el público construye con los fragmentos que la guerra ha dejado tras de sí. ¿Quién era la niña de la fotografía? ¿Cómo cambió su vida, y la de su país, y la del mundo, aquella imagen? ¿Y qué resultados tendrán los horribles dilemas a los cuales se enfrentan todos los personajes? Todos viven en un mundo absurdo, regido sin embargo por una lógica peculiar. Un mundo del que quisieran escapar, pero al que finalmente se han resignado.