En una puesta audiovisual imponente y reflexiva, el espectáculo despliega una pantalla gigante que funciona como muro que separa lo público de lo privado, lo íntimo de lo manifiesto, lo que me gusta a mí de lo que le gusta a todo el mundo.
En un mundo tecnológico, atravesado por las redes sociales, la obra se pregunta: ¿Cuánto hay de improvisado detrás de la inmediatez afectiva de un like?. Cuando alguien quiere bailar las canciones que lo hacen llorar delante de otras personas aspirando a mostrarles una escena "real" tiene que tomar muchos recaudos, preparar el paisaje y desplegar una serie de mecanismos técnicos para lograr un efecto.
En el límite entre lo visual y lo escénico Por qué nos gustan tanto las luces se sumerge en el reverso de la instalación. A caballo entre el cine y la música, entre el pop y los efectos especiales, las dimensiones del yo contemporáneo se ponen en danza cuando el medio es el mensaje y el backstage es la obra.