El inspector

En un lejano pueblo del interior de Rusia, un grupo de funcionarios reciben la noticia de la inminente visita de un inspector proveniente de la capital. El temor a perder sus privilegios como administradores del Estado los empuja a un servilismo casi absurdo, situación que sirve a Gógol para desarrollar una sátira dramática con mecanismos y comportamientos reconocibles. Publicada y estrenada en 1836, El inspector refleja de manera virtuosa, y sobre todo actual, el desatino que provoca el miedo liberado a los vaivenes del entramado social.

UNA RISA CORROSIVA

Parece que no hay ser vivo que no sienta miedo. Pero el hombre es el único que a veces ríe ante algo que, quizás, debería darle miedo. “Lo cómico se produce en la falla, en lo accidental”, dice Henri Bergson. Un paso va detrás del otro, aparece la piedra que produce el error en la maquinaria y pronto la recaída en la risa: la posible catástrofe (porque si se insiste sobre esa falla, ese accidente cómico devendrá en drama). Así expone Gógol, en esta sátira iridiscente, a personajes fallidos, tambaleantes, en pleno tropezar. Desde el comienzo, la obra revela el derrumbe del entramado social de un pueblo en el interior de Rusia. El temido estallido de lo establecido. El miedo supremo de siempre a perder lo que, según algunos, debería estar estable, en armonía. Claro que ni el miedo ni los tropiezos cómicos son propios de una geografía, sino que lo son de la condición humana. Así pensamos al traer esta obra, escrita hace ciento ochenta años, desde el otro lado del mundo hasta nuestros días. Ojalá sus risas y luego, quizás, sus reflexiones, lleguen también a nosotros.

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