Tango Querido, No me olvides

Nunca está de más echar un vistazo a lo que somos, o a lo que fuimos.
Parado frente a un espejo que deforma con el paso del tiempo, mostrándonos un rostro que no es, sin máscaras, nuestro protagonista se sumerge en un sueño del cual le será difícil despertar. Como en un montaje cinematográfico acuden a su presente imágenes de un pasado que no gozó de casi ningún esplendor. Al borde de conseguir un éxito que finalmente nunca alcanzará en vida y añorando un tiempo pretérito que siempre fue mejor, como bien plasmó el poeta, Jorge nos enseña su alma de amigo y artista.
Muertes, pérdidas; nostalgias de las pérdidas y del tiempo. El destino que no ayuda a mantener eterna la llama de un llamado artístico, porque no tiene la potestad de frenar el mundo caótico que existe fuera de él. Locura, posibilidades, sueños y una misión individual.
Jorge, cantor, guitarrista, compositor, se encuentra ante el desafío de ponerle, como antaño, música a la letra de un tango inédito de su más íntimo y ya fallecido amigo, Juan, con quien llegaron a conformar un dúo que gozó de cierto reconocimiento en los suburbios en la década del 20 y del 30. Contemporáneos de Carlos Gardel no alcanzaron ni por asomo la fama de "El mudo". Quizás, cuando niños, compartieron juegos y sueños con "El Morocho" en las veredas de su Abasto natal o incluso, en un mismo patio de conventillo, suspiraron más tarde por la misma mujer, sin pensar que el destino les tenía reservado finales disímiles.
Ponemos en escena esta pieza por el fuerte arraigo que tenemos con nuestra música ciudadana y el sentir tanguero. Lo consideremos un homenaje no sólo al género musical sino a su atmósfera y al sainete que marcaron a fuego la primera parte del siglo pasado de nuestra cultura.

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