Para partir

Cuando perdemos a alguien, tenemos la costumbre de reunirnos. Todos ahí, alrededor de la muerte, tratando de entender, como si necesitáramos un tiempo más antes de que ese cuerpo desaparezca por completo. Y con ese cuerpo cerca, tomamos un café, un té y hasta comemos un sándwich de miga mientras lloramos, insultamos, recordamos y también nos reímos.
Esto es distinto, pero no tanto. Acá pareciera que Roberto organizó su propia despedida. Frente al mar, con su canción preferida y dos botellas de whisky. Y sólo con los invitados que él mismo eligió para compartir el tiempo, el espacio y también su voz.

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