Incursiones en LA Mayor. Oratorio para un solo acorde

Incursiones en La mayor (Oratorio para un solo acorde) es la breve historia de una noche de invierno en la vida de un hombre. Es un hombre cualquiera que, en el inicio del espectáculo, está sentado en la cocina de una casa, perdida en un universo urbano indeterminado. Tiene una taza de té entre sus manos. Moja una galletita en el té con la esperanza de revivir la epifanía de Marcel, el célebre personaje de Proust, que al empapar una magdalena en el té se sumerge involuntaria y súbitamente en la plenitud del mundo de los recuerdos. Pero no lo logra. Ese fracaso será el pulso de una noche sombría. Noche en la que ese hombre solitario deambulará de la cocina a su habitación, atravesando una terraza, al anochecer, en las horas previas al sueño para, por fin, acostarse.
Esta trama mínima que pareciera borrar de la escena toda referencia a una intriga o a una anécdota narrable, deja sin embargo paso a un retrato: el de un hombre que en su devenir solitario es atravesado por el angustioso reaparecer de preguntas para las que no parece encontrar respuesta alguna y que son formuladas una y otra vez en un mar de palabras silenciosas: el paso del tiempo, la imposibilidad de asir el instante; la incertidumbre acerca de la realidad, de lo que llamamos mundo y sus límites; la desazón frente a la continuidad de los ciclos de lo que concebimos como la vida, del movimiento perpetuo y sin sentido aparente, que nos rodea.
En el espectáculo, el personaje se multiplica y se despliega. Por momentos es un hombre, por momentos una mujer que, más allá de todo género, soporta la encrucijada existencial. Es en el final, al acostarse, en la zona fronteriza entre el sueño y la vigilia, cuando alcanza a vislumbrar, en la oscuridad, un recuerdo. Quiere aferrarlo; el recuerdo, precario, se dibuja una y otra vez en su mente y sin embargo es impreciso, incompleto, abismal y el hombre o la mujer terminan preguntándose de dónde viene ese recuerdo, cual es la relación del recuerdo –si es que la hay– con la realidad que le dio origen y admitiendo, una vez más, acerca de todo, y del recuerdo mismo y su naturaleza, la vacilación.

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