La bailarina y coreógrafa venezolana Mey-Ling Bisogno vuelve al Centro Cultural Ricardo Rojas junto a su colega argentina Ivana Sparti. Bastante tiempo atrás, el mismo lugar la vio alejarse junto a su familia hacia Francia. Ella misma cuenta lo emocionada que está por volver a esta ciudad, sobre todo, con esta obra.
Y cómo no, si la temática sobre la violencia real y la ficcionada, la violencia nuestra de cada día, está fundada en hechos de nuestro país, que las creadoras tomaron como desencadenantes de la dramaturgia particular de la obra.
Debían comenzar a trabajar un montaje, no sabían sobre qué hablar, pero apareció frente a ellas un título periodístico: “¿Quién mató a Rodolfo?”. Luego vino la explicación de una amiga argentina, sobre la pregunta de la colega venezolana, acerca de la figura de Rodolfo Walsh. Y de allí tantas cosas: un viaje al país para visitar a la familia Sparti, ver la pobreza, la decadencia, enterarse de la noticia acerca de Romina Tejerina en Jujuy y de su condena, al mismo tiempo que se producía la impunidad de su violador; de la del muchacho ahogado por policías en el Riachuelo, del caso de los torturadores de adolescentes en Quilmes, que sigue sin resolución. Y el hambre, y la falta de valores mínimos y la demonización de la pobreza, más todo el pasado que sigue transcurriendo y que entonces no es sino presente. Pero además, la convicción de que no hay lugar en el mundo donde no se ejerza violencia contra el más débil, y que en cada ser humano hay un pichón de agresor: el asesino de Rodolfo en cada uno.
¿O acaso no hay brutalidad en las órdenes de la madre al hijo y en esa reiteración escalofriante “Sos tonto?, ¿ves que sos tonto?”. O en el juego infantil, en los docentes o en los deportistas con sus aprendices, en los amantes que se pelean, en la intolerancia con los animales, en la devastación del medio ambiente; ¿o no son brutales los dictámenes del mercado, en absolutamente todos los medios? ¿Qué decir de todo ello?
Bisogno y Sparti lo tratan de una forma seria y dura, pero sin solemnidad. Claramente, pero sin regodeos en lugares comunes. Pasan por los momentos más chocantes y recuerdan la ternura. La ternura que puede esconder la monstruosidad o la compasión. Nos llevan de las narices, violentamente, hacia la empatía. Parecen decir: “sáquense los audífonos del MP3, aparten la pantallita del celular, dejen el agua mineral en botellita de plástico a un lado, salgan ahora a la calle”.
Y para ello usarán una estructura compositiva que recuerda al guión de cine, que incluso estéticamente se asemeja a las películas de policiales negros, con una música muy fuerte, densa, penetrante, que luego da lugar a las escenas de texto y que es, en su mayoría, de Igor y Andy Sparti (aunque se destaca, también, un tema de Tango Crash en el que escuchamos al presidente Perón), con la circularidad que les resonó de la marcha de las Madres en la Plaza de Mayo, con una técnica corporal que está totalmente al servicio de lo que se cuenta, con matices (como el primer solo de Mey-Ling), que se agradecen infinitamente y con la carga puesta más en la coherencia que en el despliegue de habilidades. Con un entrenamiento en actuación, que sería la envidia de varios actores, sin declamación de texto, como si fuera neutro, sin sobreactuación, con pausas que crean tensión y con textos de mucha ironía, pero justos.
En síntesis, imperdible: la danza también puede dar lugar a un momento de reflexión y auto- observación, con belleza.