Miércoles, 21 de Enero de 2015
Domingo, 13 de Junio de 2004

Telarañas

Por Karina Mauro | Espectáculo Telarañas
Tanto en los anuncios de antesala del Actor´s Studio como en el programa de mano, puede leerse que Eduardo “Tato” Pavlovsky escribió Telarañas entre febrero de 1974 y marzo de 1975, y que su estreno, dos años después, fue casi inmediatamente sucedido de su prohibición por parte de la dictadura por “atentar contra los fundamentos de la institución familiar tradicional”. Lejos de suscitar semejante respuesta hoy en día, el afán por ubicar al espectador en los pormenores cronológicos de la escritura de la pieza, lo obliga a verificar la evidencia de la indiscutible actualidad de los conflictos que desarrolla. Será porque la complejidad de las relaciones humanas es inagotable. Será porque la familia, lejos en estas épocas de ser aquella tradicional que se esboza en el escenario, continua siendo el lugar donde esta complejidad se manifiesta de forma más descarnada. Quizás, el ideal de armonía que en ella debe buscarse es lo que vuelve más angustiante la evidencia de este entramado de violencia oculto detrás del amor de sus integrantes. Quizá por eso, Telarañas es un texto con tanta vigencia. La puesta en escena del Grupo InCrisis, dirigida por Nora Rule, intenta poner en relieve todo lo que de revulsivo tiene la obra de Pavlovsky. Lo hace apoyándose fuertemente en la utilización y exposición del cuerpo de los actores. Sobre todo de Leonardo Cuevas, cuya contextura física sumada a la casi ausencia de palabra, lo convierte en el personaje más interesante y hacia el cual todo converge. Giran en torno a él una madre posesiva (correctamente interpretada por María Eugenia Schnaiderman) y un padre tan autoritario como impotente, quienes muestran en la educación de su hijo su absoluta disfuncionalidad. Como ejemplo de ello, la genial escena del almuerzo, en la que ambos discuten acerca de los beneficios o perjuicios que puede provocar la ingesta de puré de papas. La irrupción en el living de esta familia de dos represores, no es más que la extensión de la violencia que habita el domicilio y representa la única intromisión del afuera en esta célula impenetrable. Su presencia marca que la violencia y la ambigüedad sexual no es patrimonio exclusivo de la familia protagonista y subraya la hipótesis acerca de cuál es el destino de los hijos nacidos en esa estructura: ya sea el sacrificio directo –como se ve al final– o la incapacidad de desarrollar la propia identidad –que sólo puede esbozarse frente al espejo, objeto de suma importancia en la puesta, como reflejo de lo que se desea ser y de lo que irremediablemente no se será nunca. A pesar de cierta carencia de matices, que puede llevar a la pieza a caer en la reiteración, y de cierta obviedad en el tratamiento del plano musical y sonoro, la obra consigue transmitir la fragilidad de la estructura sobre la que se construyen la sexualidad y la violencia, aspectos de la relación con el otro que, casi siempre, terminan entremezclándose en este living de clase media, cubierto de peligrosas telarañas.
Publicado en: Críticas

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